El Asco: Descifrando Nuestro Escudo Emocional

Asco

¡Ah, el cerebro, qué máquina tan fascinante! Casi tanto como yo, pero bueno, uno no puede pedirle a la evolución que plantee cosas tan alucinantes como mi existencia en este mundo.

Mira, cada emoción, cada reacción física, tiene un propósito, aunque a veces pueda ser difícil de ver, como cuando tú decides seguir mirando las historias de tu ex.

El caso es que nuestras emociones persiguen objetivos que van más allá, a veces, de tu comprensión lógica o primaria, es decir, algunas persiguen facilitar que hagas ciertas cosas o, en el caso que nos ocupa; La emoción del asco, que evites esas cosas. Para protegerte y sobrevivir, ya sabes.

El asco como defensa biológica

Uno de los mecanismos de defensa más antiguos y eficaces que ha evolucionado a lo largo del tiempo es la emoción del asco.

Sí, el asco; Hace miles de años, cuando nuestros ancestros estaban expuestos a un mundo peligroso y amenazante, nuestro cuerpo decidió que la mejor forma de evitar posibles fuentes de contagio de enfermedades o venenos era, precisamente, motivarnos para alejarnos de esas cosas.

¿Cómo?

¡Lo has adivinado! Provocándote una sensación de repulsión desagradable que inmediatamente te motiva a alejarte de la fuente.

Cuando sentimos asco, la sensación física se desplaza hacia la garganta o el estómago, ¿te habías fijado? Nah, no creo, seguro que pensabas que era casual. Pero no te apures, que para abrirte la mente ya estoy yo aquí.

Esta reacción tiene su origen, según la teoría biológica que nos ocupa, en el instinto básico de supervivencia y en una estructura cerebral diseñada para mantenerte con vida.

Como cuando alguien te dice que tus problemas los causan heridas infantiles sobre las que no tienes ningún control.

Quiero que te pares diez segundos a darte cuenta de lo maravilloso que es que tu cerebro pueda crear una sensación física localizada en respuesta a una amenaza percibida, con el objetivo subyacente de alejarte de algo o juzgarlo como nocivo para ti.

¿No te lo crees?

Imagínate bebiendo un pegajoso, semilíquido y viscoso vaso de saliva.

¡JAH! Sé que te ha dado una arcada, y lo sé porque introducir en tu cuerpo elementos externos de otros seres humanos o secreciones es, bueno, pues eso, un peligro.

Si eso no te ha producido asco me gustaría recordarte que tengo una escuela emocional a la que puedes venir.

Ahora bien…Resulta que, y por favor, saca tu sombrero de teórico de la conspiración…El asco puede utilizarse para moldear tu comportamiento social.

El aprendizaje del asco

Si bien la reacción básica al asco es instintiva, gran parte de lo que consideramos asqueroso es adquirido a lo largo de nuestra vida.

Nuestros cuidadores, desde una temprana edad, nos enseñan qué debemos evitar y qué está bien para interactuar o consumir. También nos transmiten información, basada en sus propias experiencias y creencias, sobre las personas o comportamientos que debemos desconfiar o evitar.

Esta “herencia” conductual vendría a suponer una manipulación de este mecanismo, que se adaptaría a la información para aparecer sin la necesidad de que hayas experimentado los peligros que tus padres y entorno te transmiten.

Es, por ejemplo, la razón por la que la esclavitud no llegó a abolirse en EEUU hasta tan tarde y por qué los sesgos y prejuicios contra las personas con altos niveles de melanina en la piel se mantuvieron vigentes aún después de su abolición.

Seguramente el asco llevó a los ciudadanos a mantener distancias basadas en miedo a enfermar, contagiarse y demás prejuicios.

Esta transmisión de información se extiende a lo largo de las generaciones y varía de una cultura a otra, creando patrones culturales de asco. Es por eso que los alimentos, comportamientos o prácticas que pueden parecer repugnantes en una cultura pueden ser aceptados o incluso valorados en otra.

Y ahora te estarás preguntando si esto realmente afecta a día de hoy…

El asco y el rechazo social

El asco tiene el poder de influir en nuestra interacción con los demás.

Por ejemplo, algunas personas pueden experimentar asco hacia ciertos grupos sociales. Si se nos enseña a creer que ciertas características o comportamientos son potencialmente dañinos, nuestro sentido del asco puede inducirnos a evitar a las personas que los manifiestan.

Por ejemplo, si una madre creyera que las ideologías de género pueden afectar negativamente a su hijo, es muy posible que, al percibir rasgos característicos de alguien del colectivo, una sensación subyacente de asco le lleve a alejar a su progenie de dicha fuente.

Es importante notar que, aunque el asco cumple una función vital en nuestra protección, también puede ser manipulado para fomentar el rechazo social. A través de la educación, podemos aprender a reconocer y desafiar las respuestas de asco que se basan en prejuicios o malentendidos.

Y, por supuesto, también puede utilizarse para enfrentar a la población entre sí. Pero esa teoría es para otro artículo.

Conclusión

En fin, Serafín. El asco, esta poderosa emoción primaria, es el resultado de la evolución, el aprendizaje y la cultura.

Actúa como un escudo, protegiéndonos de los peligros potenciales, pero también puede ser un prisma a través del cual vemos e interactuamos con el mundo.

Al explorar y desafiar nuestras respuestas al asco, podemos construir una mente dispuesta a pensar críticamente y descubrir, poco a poco, las posibilidades que el mundo nos ofrece y que, poco a poco, habían quedado sepultados bajo la influencia de nuestro escudo emocional.

Por ejemplo, tú podrías superar tu asco a suscribirte a canales y suscribirte al mío, no solo para aprender, sino también para disfrutar del viaje de aprendizaje emocional más estupendo de la historia del mundo hispanohablante.

Un abrazo de oso, recuerda que eres importante.

¡Adios!

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